En 1979 Manuel López López visita la provincia de Mendoza por primera vez. Como español sensible a la cultura del vino decide adquirir una histórica propiedad abandonada en plena crisis vitivinícola argentina, con la convicción de rescatar aquel tesoro vinícola y restaurar las ruinas de una centenaria bodega. Apostando por la naturaleza, el esfuerzo y la paciencia. Porque cuando la viña es aliada del hombre y el tiempo, solo pueden suceder cosas extraordinarias. Este sueño necesitaba un nombre. Se le dio entonces el de quien es el santo protector de toda España y, a su vez, el de Mendoza. Presagio o coincidencia que simboliza el orgullo de un inmigrante español por sus raíces, y el más profundo respeto por la tierra elegida para vivir.

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